jueves, 8 de septiembre de 2016

BIENVENIDOS...

En este blog exploraremos los experimentos Psicológicos implementados antes de la existencia de la American Psychology Association.
Estos experimentos dieron grandes aportaciones a la Psicología, sobre todo en lo referente al conductismo y lo social, alguno de estos experimentos carecen de ética, por lo que el día de hoy no pudieran ser desarrollados, y después de la creación de la APA son mal vistos y señalados tomando un Estatus de " Malditos", pero estos nos dieron material que la psicología ocupa hasta hoy en día,nos otorgaron información valiosa por lo que es importante conocerlos. 
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Experimento del pequeño Albert.

El experimento del Pequeño Albert es una demostración empírica del procedimiento de condicionamiento clásico realizada por John B. Watson y su colaboradora Rosalie Rayner, en la Universidad Johns Hopkins.

Según describen Watson y Rayner (1920), los objetivos de este experimento eran:

¿Puede condicionarse a un niño para que tema a un animal que aparece simultáneamente con un ruido fuerte?

¿Se transferirá tal miedo a otros animales u objetos inanimados?

¿Cuánto persistirá tal miedo? No lo sabremos hasta finalizar el experimento con el pequeño Albert.

Se lo examinó para determinar si existía en él un miedo previo a los objetos que se le iban a presentar (animales con pelo), examen que fue negativo. Sí se identificó un miedo a los sonidos fuertes (como el producido al golpear una lámina metálica con un martillo fuertemente).

El experimento inició cuando Albert tenía 11 meses y tres días. El diseño era presentarle al pequeño Albert un ratón de color blanco y al mismo tiempo un ruido fuerte (golpeando una barra detrás de la cabeza del niño). Después de varios ensayos, el niño sollozó ante la presencia de una rata, y luego mostró generalización del estímulo ante bloques, un perro, lana, un abrigo, etc.

Desgraciadamente, el experimento no alcanzó la última fase, es decir, el descondicionamiento, ya que Albert fue sacado de la unidad hospitalaria en que se encontraba antes de su conclusión. Los ensayos habían durado 31 días. Watson había planeado desensibilizar al niño relacionando los objetos que provocaban temor con estímulos agradables. Por ejemplo, la rata blanca con la leche caliente, que los bebés consideran una experiencia amorosa y relajante.
Se dice que el pequeño Albert quedó condicionado respecto a las ratas y los demás objetos que le presentaron durante toda su vida, pero lo cierto es que no se sabe con certeza qué sucedió.


Afortunadamente, en la actualidad no es posible realizar este tipo de experimentos. Casos como el del pequeño Albert abrieron un debate sobre la ética a la hora de experimentar con seres humanos contribuyendo al establecimiento de necesarios límites.


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miércoles, 7 de septiembre de 2016

INTRODUCCIÓN

Ahora, la American Psychology association  cuenta con una serie de reglas y requisitos que se deben de cumplir antes de empezar a experimentar, sobre todo cuando se trata de experimentación con humanos y también la integridad de los animales es ahora protegida por estas normas, Estas normas consisten en apartados éticos y morales que su principal función es hacer que la experimentación no afecte o violente a los objetos de estudio, en el caso de humanos también se ocupa de que los participantes en un experimento estén enterados de ello y de los fines para el que están siendo parte del experimento. Pero antes de la creación de la APA  este código de normas no existía, y algunos de los datos más relevantes de la psicología, fueron descubiertos por medio de la experimentación, experimentos que no tenían contemplada ninguna norma ética y que a veces rayaban en lo macabro, en la siguiente entrada, procederemos entonces a hablar sobre el primer experimento...

martes, 6 de septiembre de 2016

Ojos azules- ojos marrones.
Jane Elliott fue profesora y experta reconocida a nivel nacional en el ámbito de las relaciones raciales. Es famosa por un experimento que ha repetido en numerosas ocasiones a lo largo de su vida en diferentes ámbitos de su país.

Todo empezó en Riceville, una ciudad ubicada en el condado de Mitchell, en el estado de Iowa. Allí, Elliott era profesora en la escuela elemental Riceville Community.
Tras el asesinato de Martin Luther King en 1968, Elliott decidió enseñar a sus alumnos de tercero de primaria lo que significa experimentar una discriminación arbitraria. Para ello, dividió su clase en dos grupos. Uno inferior, formado por niños con ojos marrones, y otro superior, con los niños de ojos azules.

A continuación, la profesora informó de que las personas de ojos azules de su clase eran las mejores y más listas. Puso ejemplos de personas importantes de ojos azules, como George Washington, frente otros ejemplos de personas de ojos marrones que habían hecho algo malo.

Advirtió a sus alumnos de ojos marrones que no podían jugar con los de ojos azules en el recreo, ya que no eran tan buenos como ellos. Asimismo, la profesora puso unos collares a los niños de ojos marrones para remarcar más aún esta diferencia.

Tras esta experiencia los niños de ojos marrones afirmaban que todo lo malo les sucedía a ellos. El trato diferente que se les daba les producía desánimo y resignación a su nueva condición. No solo los que habían sido sus mejores amigos, sino también su profesora parecía menospreciarles.

Hubo peleas entre ambos bandos. El calificativo “ojos marrones” era ahora un insulto para ellos y los alumnos afirmaban que su situación no distaba demasiado de aquella en la que otra gente llamaba negros a la gente de color.


“He observado como en 15 minutos, niños maravillosos, cooperativos, estupendos y considerados, se han vuelto horribles, perversos y discriminadores. Creo que he aprendido más de los que se consideraban superiores porque sus personalidades han cambiado más que las de los que se consideraban inferiores”. Jane Elliott.
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Experimento de obediencia a la autoridad de Milgram.

Cuando, a finales de los años sesenta, Adolf Eichmann fue juzgado por los crímenes contra la humanidad cometidos durante el régimen nazi, el mundo entero se preguntó cómo era posible que alguien llegara a cometer semejantes atrocidades a millones de personas inocentes. Muchos pensaron que Eichmann tenía que ser un loco o un sádico y que no era posible que fuese como el resto de las personas normales que caminan junto a nosotros cada día por las calles, se sientan en la mesa de al lado en nuestro restaurante o viven en el piso de arriba en nuestro mismo edificio. Sin embargo, nada hacía pensar que Eichmann fuese distinto a los demás. Parecía ser un hombre completamente normal e incluso aburrido. Un padre de familia que había vivido una vida corriente y que afirmaba no tener nada en contra de los judíos. Cada vez que le preguntaban por el motivo de su comportamiento, él respondía con la misma frase: "cumplía órdenes".

A raíz de esto, un psicólogo social norteamericano llamado Stanley Milgram empezó a hacerse preguntas acerca de la obediencia a la autoridad y a plantearse si cualquiera de nosotros seríamos capaces de llegar a la tortura y el asesinato sólo por cumplir órdenes.
A través de anuncios en un periódico de New Haven, Connecticut, Milgram seleccionó a un grupo de hombres de todo tipo de entre 25 y 50 años de edad a quienes pagaron cuatro dólares y una dieta por desplazamiento por participar en un estudio sobre "la memoria y el aprendizaje". Estas personas no sabían que en realidad iban a participar en una investigación sobre la obediencia, pues dicho conocimiento habría influido en los resultados del experimento, impidiendo la obtención de datos fiables.

Cuando el participante (o sujeto experimental) llega al impresionante laboratorio de Yale, se encuentra con un experimentador (un hombre con una bata blanca) y un compañero que, como él, iba a participar en la investigación. Mientras que el compañero parece estar un poco nervioso, el experimentador se muestra en todo momento seguro de sí mismo y les explica a ambos que el objetivo del experimento es comprender mejor la relación que existe entre el castigo y el aprendizaje. Les dice que es muy poca la investigación que se ha realizado hasta el momento y que no se sabe cuánto castigo es necesaria para un mejor aprendizaje.

Uno de los dos participantes sería elegido al azar para hacer de maestro y al otro le correspondería el papel de alumno. La tarea del maestro consistía en leer pares de palabras al alumno y luego éste debería ser capaz de recordar la segunda palabra del par después de que el maestro le dijese la primera. Si fallaba, el maestro tendría que darle una descarga eléctrica como una forma de reforzar el aprendizaje.
Ambos introducen la mano en una caja y sacan un papel doblado que determinará sus roles en el experimento. En el de nuestro sujeto experimental está escrita la palabra maestro. Los tres hombres se dirigen a una sala adyacente donde hay una aparato muy similar a una silla eléctrica. El alumno se sienta en ella y el experimentador lo ata con correas diciendo que es "para impedir un movimiento excesivo". Luego le coloca un electrodo en el brazo utilizando una crema "para evitar que se produzcan quemaduras o ampollas". Afirma que las descargas pueden ser extremadamente dolorosas pero que no causarán ningún daño permanente. Antes de comenzar, les aplica a ambos una descarga de 45 voltios para "probar el equipo", lo cual permite al maestro comprobar la medianamente desagradable sensación a la que sería sometido el alumno durante la primera fase del experimento. En la máquina hay 30 llaves marcadas con etiquetas que indican el nivel de descarga, comenzando con 15 voltios, etiquetado como descarga leve, y aumentando de 15 en 15 hasta llegar a 450 voltios, cuya etiqueta decía "peligro: descarga severa". Cada vez que el alumno falle, el maestro tendrá que aplicarle una descarga que comenzará en el nivel más bajo e irá aumentando progresivamente en cada nueva serie de preguntas.


El experimentador y el maestro vuelven a la habitación de al lado y el experimento comienza. El maestro lee las palabras a través de un micrófono y puede escuchar las respuestas del alumno. Los errores iniciales son castigados con descargas leves, pero conforme el nivel de descarga aumenta, el maestro empieza a escuchar sus quejas, concreta mente a los 75 voltios. En este momento el maestro empieza a ponerse nervioso pero cada vez que duda, el experimentador le empuja a continuar. A los 120 voltios el alumno grita diciendo que las descargas son dolorosas. A los 135 aúlla de dolor. A los 150 anuncia que se niega a continuar. A los 180 grita diciendo que no puede soportarlo. A los 270 su grito es de agonía, y a partir de los 300 voltios está con estertores y ya no responde a las preguntas.

El maestro, así como el resto de personas que hacen de maestros durante el experimento, se va sintiendo cada vez más ansioso. Muchos sonríen nerviosamente, se retuercen las manos, tartamudean, se clavan las uñas en la carne, piden que se les permita abandonar e incluso algunos se ofrecen para ocupar el lugar de alumno. Pero cada vez que el maestro intenta detenerse, el experimentador le dice impasible: "Por favor, continúe". Si sigue dudando utiliza la siguiente frase: "El experimento requiere que continúe". Después: "Es absolutamente esencial que continúe" y por último: "No tiene elección. Debe continuar". Si después de esta frase se siguen negando, el experimento se suspendía.

Los datos obtenidos en el experimento superaron todas las expectativas. Si bien las encuestas hechas a estudiantes, adultos de clase media y psiquiatras, habían predicho un promedio de descarga máxima de 130 voltios y una obediencia del 0%, lo cierto es que el 62'5 % de los sujetos obedeció, llegando hasta los 450 voltios, incluso aunque después de los 300 el alumno no diese ya señales de vida.

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